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El juego nuclear entre Donald Trump y Kim Jong-un (in spanish)

Una vez más el sistema internacional se enfrenta a una amenaza. En esta ocasión se trata del programa nuclear de Corea del Norte. En las últimas semanas, algunos analistas han hecho notar que la problemática se torna especialmente compleja dado la inestabilidad psicológica del líder norcoreano Kim Jong-un.

Las declaraciones emitidas por la administración de Trump dejan ver un posicionamiento fuerte hacia las afrentas de Piongyang. Hasta el momento no ha habido una declaratoria definitiva sobre la materia, pero en cualquier caso, las cartas están sobre la mesa para los estadounidenses y ahora mismo han dicho que tienen abiertas todas las opciones para continuar el juego. La situación pone en tensión no sólo a Estados Unidos, sino a toda la región circundante al régimen norcoreano, más específicamente a China, Japón y Corea del Sur.

Con respecto a la capacidad nuclear de Corea del Norte, aún hay muchas dudas sobre lo que puedan llegar a hacer. Es claro que han tenido algunos lanzamientos exitosos de misiles balísticos intercontinentales de corto alcance, lo que significa que, como máximo, podrían alcanzar lugares como Hawái, pero probablemente no el territorio continental de Estados Unidos. Ya sea que estos misiles pudieran o no detonar en un blanco, permanece el peligro de que estén en el aire. Por otro lado, si bien es cierto que los norcoreanos han probado con éxito dispositivos nucleares, la capacidad de hacerlos lo suficientemente pequeños para ser colocados sobre un misil intercontinental también está en duda.

Por esta razón, sería bueno que todos se detuvieran a pensar con calma la mejor manera para manejar las amenazas de Kim Jong-un. Es cierto que persiste una latente amenaza nuclear, pero siendo objetivos, ésta se basa en una llana convencionalidad de sus capacidades. De cualquier forma, aunque su equipo militar sea tan viejo como para datar de los años cincuenta o sesenta (y pudiéramos dudar de su funcionalidad), no se puede dejar de lado la posesión de las miles de piezas de artillería que ahora mismo apuntan hacia Seúl.

La distancia de la zona militarizada de Corea del Norte a la capital surcoreana es de aproximadamente 50 km, y por ende, se encuentra dentro del rango destructivo de este armamento. En el caso de que Pyongyang decidiera lanzar un ataque a Seúl, los cálculos más optimistas dan un estimado de 48 a 72 horas para destruir la artillería norcoreana. Mientras tanto, el ataque norcoreano podría matar entre 250 y 500 personas en Corea del Sur y destruir toda su economía. Lo último que desea el país al sur del paralelo 38 es que las tensiones lleguen al punto en que Kim Jong-un sienta que no tiene ninguna otra opción para hacer frente al régimen estadounidense que recurriendo a un ataque así.

Supongamos ahora la posibilidad de que derribaran de manera anticipada la amenaza norcoreana. Si es que hipotéticamente esto llegara a suceder, crearía la mayor crisis de refugiados de la historia, llevando a 22 millones de personas a un éxodo hacia China o hacia Corea del Sur. La sola idea de tener que recibir y alimentar a esa gente es un escenario de pesadilla para ambos países.

El vacío geopolítico creado sería llenado por China o por Corea del Sur. Si China ocupara Corea del Norte, esto sólo alzaría las tensiones militares y territoriales para Corea del Sur y Occidente, y si los surcoreanos adoptaran esta tarea, los chinos se verían en la misma situación. La Guerra de Corea de 1950 inició por este motivo. China no quería tener la presión de una frontera militarizada con Occidente, y Occidente no quería tenerla con China. Corea del Norte ha sido desde entonces un “Estado colchón” con el que ambas partes se sienten cómodas. Extrañamente por ello, está en el interés de ambos que el régimen no colapse, pues si bien el statu quo es desafortunado, al menos es estable y ha contribuido a la paz entre China y Estados Unidos desde los años cincuenta.

Durante la Guerra Fría todos sabían que la vía nuclear era demasiado peligrosa y que debían elegir sus movimientos de tal forma que no crearan roces ante un malentendido. La administración de Trump, por otro lado, parece estar haciendo exactamente lo opuesto. Lo que debería de hacer es trabajar de manera más cercana con China —socio comercial y patrocinador de Corea del Norte— para organizar e implementar sanciones comerciales más robustas que limiten severamente el acceso a la tecnología y el material necesarios para que Kim Jong-un pueda desarrollar plenamente una capacidad de guerra nuclear. No se puede negar la peligrosidad existente en Corea del Norte, pero ciertamente nuestro último deseo es provocarlos con acciones inconscientes e irresponsables. En el “juego del gallina”, el loco siempre gana, y en este caso es el joven líder de Corea del Norte quien está claramente inestable.


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